A medida que el número de migrantes desde Centroamérica hacia Estados Unidos y México sigue aumentando, las organizaciones locales de países como Guatemala y El Salvador trabajan para proporcionar apoyo al gran número de migrantes, así como para ayudar a crear medios de vida y oportunidades para evitar que las personas tomen la difícil, y a menudo peligrosa, decisión de migrar.
Una de estas organizaciones es la “Casa del Migrante” de Ciudad de Guatemala, que desde 2018 ha prestado asistencia a más de 50.000 personas, 3.000 de ellas solo en 2021.
‘Casa del Migrante’ atiende a migrantes de paso, así como a solicitantes de asilo, desplazados internos, deportados y retornados de Estados Unidos y México.
CARE ha apoyado esta labor con kits de higiene y bioseguridad para las personas de paso en sus instalaciones de Ciudad de Guatemala y Tecún Umán, en la frontera con México, desde que comenzó la pandemia de COVID 19.
El padre Mauro Verzeletti, director de la Casa del Migrante en Guatemala y El Salvador, dice: “Los migrantes nos enseñan a vivir con muy poco, a soñar, a no rendirnos y a perseverar en el camino”.
Cuando abrieron por primera vez, proporcionaban atención básica y alimentos a los migrantes que se detenían durante un breve periodo de tiempo en Ciudad de Guatemala en su viaje hacia el norte. Pero, como señala Verzeletti, “con el tiempo vimos que los migrantes necesitaban más, y que sus necesidades eran diferentes”.
En Guatemala y en toda Centroamérica la gente se ve obligada a migrar por una mezcla de razones, como las condiciones económicas, las amenazas y la violencia de las estructuras criminales, los niños y adolescentes migrantes que buscan reunirse con sus familias, y los familiares de los migrantes desaparecidos, que viajan para buscarlos a lo largo de las diferentes rutas migratorias.
Según Ligia Reyes, coordinadora del Programa de Protección Internacional de la Casa del Migrante “la violencia, principalmente en Honduras y El Salvador, obliga a las personas a desplazarse, pero no quieren dejar sus lugares de origen. No es el sueño americano lo que les mueve, sino la necesidad de sobrevivir”.
Y añade: “Todos traen sus historias. Dejan sus familias y sus países, sufren el estrés del viaje y la desesperación, por lo que es esencial apoyarles emocionalmente. La estabilidad emocional les permite tomar las mejores decisiones que son significativas para su futuro”.
“Queremos que todos conozcan los mecanismos de protección y les asesoramos para ese trámite”.
Mebel Mejía, de Honduras, y su hijo Mateo, de 4 años, están entre los que reciben apoyo en la ‘Casa del Migrante’.
Ella salió de Honduras en 2012 cuando tenía apenas 17 años. La inseguridad y las amenazas que recibía de las pandillas la obligaron a refugiarse en Guatemala, donde ahora intenta pedir asilo.
Desde que llegó, ha trabajado en ventas informales, pero sueña con un empleo que le proporcione un sustento seguro y documentación, para no tener que vivir con el miedo constante a ser deportada.
“Aquí he encontrado un lugar que me da cobijo. Este país me ha acogido y me ha dado protección, pero necesito papeles para poder valerme por mí misma”, dice.
La “Casa del Migrante” se enfrentó a grandes dificultades al principio de la pandemia. Las restricciones a la circulación impuestas por el Gobierno, les obligaron a buscar otros espacios para las personas que debían permanecer en cuarentena y cumplir con el encierro.
Al principio de la pandemia, tuvieron que cerrar durante un mes y medio. Pero a pesar de ello, se las arreglaron para recibir a los inmigrantes que venían a pedir ayuda a la puerta, dándoles comida, un kit de seguridad y material médico.
A pesar de estas dificultades, el centro ha conseguido recientemente alquilar un edificio que utilizan como anexo. Acogen a unas 100 personas diariamente en el edificio principal y en el anexo.
Se calcula que, como consecuencia de la pandemia, un millón de personas más vivirán en la pobreza en Guatemala, que se sumarán a los 10 millones de personas que ya viven en la pobreza.
A esto se suma el impacto de los fenómenos climáticos, ya que miles de personas que perdieron sus cosechas, tierras y otros bienes se ven obligadas a migrar como única alternativa para sobrevivir.
Para Verzeletti, “la migración no se puede contener con palabras. La migración se contiene con políticas públicas, inversiones estatales y políticas diferenciadas para los pobres, los marginados y los excluidos”.